La escena recoge uno de los salones del Teatro de la Ópera de París, donde dirige la clase el gran Jules Perrot, quien a sus 64 años era uno de los maestros más prestigiosos. A su alrededor gira la escena que contemplamos, formando las bailarinas un círculo imperfecto para escuchar los consejos y observaciones del ya legendario bailarín. En primer plano se sitúa una joven de espaldas y otra subida en el piano, rascándose la espalda, vale la pena observar en detalle el asombroso realismo de esto. Al fondo se sitúan las butacas reservadas para las madres que vigilaban la actuación individual de sus hijas. El gran protagonista del lienzo no es el anciano profesor sino el magnífico efecto de profundidad, obtenido a través de las líneas diagonales del suelo, la disposición de las bailarinas en el espacio y la esquina del fondo de la sala, que juega con la influencia de la fotografía al cortar los planos pictóricos vemos una parte del zócalo del techo mientras que en la zona de la izquierda no lo podemos contemplar. La sensación de movimiento es otra de las atracciones del maestro, que coloca a sus personajes siempre en diferentes posturas. Por supuesto, no debemos olvidar el interés por la luz, en este caso un potente foco de luz procedente de las ventanas de la derecha una de las cuales se refleja en el espejo, dejando ver el cielo de París que inunda la sala. Precisamente es la luz la que crea una sensación atmosférica especial, diluyendo los contornos de las figuras y otorgando aire al espacio. La mayoría de las escenas de danza de Degas muestra el esfuerzo y el intenso trabajo de las muchachas por poner una obra en escena. Se convierte de esta manera en el pintor de lo que hay al otro lado del telón, del maravilloso mundo del aprendizaje, más que del esplendor del espectáculo.
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